Pie Grande, Nessie, el Chupacabras, La Llorona y los Nahuales, son parte de esos seres fantásticos cuya existencia ha sido debatida por décadas, ya que más allá de unas fotos y videos de dudosa calidad, no existe una verdadera prueba científica que demuestre que son reales y que no son una producto de la imaginación colectiva.
Algo similar sucede al mencionar al Ford Maverick Shelby, un modelo que según cuenta la leyenda fue desarrollado en exclusiva por y para México en 1972, pero que, por su rareza y escasez de información a su alrededor, automáticamente merece ser catalogado como una de los más grandes mitos del mundo motor no sólo en ese país sino casi del mundo entero.
Pero, ¿cómo es que un Maverick fabricado en México portaba un apellido tan afamado, cuando ni siquiera el propio Carroll Shelby tuvo nada que ver en su desarrollo?; para encontrar la respuesta hay que recordar que en aquel entonces se encontraba vigente el decreto automotriz promulgado en 1962, el cual obligaba a que todos los vehículos comercializados en México fueran producidos en ese territorio.
Es en este contexto donde aparece el empresario Eduardo Velázquez, quien se ganó la confianza y simpatía del texano para representarlo en México a través de la fundación de "Shelby de México" en 1967, una compañía dedicada no sólo a la distribución de repuestos y accesorios originales, sino también a la modificación y transformación de los Mustang mexicanos en Shelbys GT-350 (cuya historia será abordada en otra ocasión con mayor profundidad).
Tras el éxito conseguido con los GT-350 mexicanos que competían en los circuitos nacionales, Shelby de México decide ampliar su línea de productos, fijando su atención en el juvenil Maverick que por aquellos tiempos figuraba como el auto de acceso de Ford Motor Company en el país azteca. Es así que el primer y único prototipo del Maverick Shelby del que se tiene un conocimiento real es presentado durante la Auto Expo México 1971.
A diferencia de un Maverick de dos puertas normal, estéticamente el modelo firmado por Shelby de México se distinguía por toma de aire proveniente del Mercury Comet GT (hay quienes dicen en realidad era la del Boss 429), el tacómetro montado sobre su capó, las persianas en la luneta, un enorme splitter delantero, además de llantas y emblemas con la leyenda “Shelby”. Las ópticas traseras también estaban inspiradas en su gemelo de Mercury. Al final, su imagen era muy deportiva y agresiva, más a tono con lo visto en los Mustang Boss o Mach 1 que en los originales Shelby GT-350.
Pero lo más importante es que el V8 302 montado bajo su capó (fabricado en la planta de Hermosillo, México) que originalmente erogaba unos saludables 200 CV, fue sometido a una serie de modificaciones donde además de instalar diversas piezas construidas en aluminio, su potencia se elevó ligeramente por encima de la barrera de los 300 caballos de fuerza. De igual manera, su esquema de suspensión habría sido mejorado para aguantar la dosis de potencia extra y su paso por curvas.
Sobre la capacidad de aceleración y la velocidad máxima del Maverick Shelby no hay información disponible, pero es fácil adivinar que en 1972, el mismo año en que se estrenarán en los cines El Padrino (The Godfather), Kalimán el Hombre Increíble o El Santo contra las Momias, se erigiera como uno de los automóviles más rápidos conocidos en México hasta ese entonces.
Lamentablemente su producción limitada a 300 unidades hacen que sea un modelo extremadamente difícil de encontrar, ya que, por una causa u otra, no se tiene registro de alguna unidad que haya vencido el paso del tiempo. Para colmo hay que considerar que para acreditar su autenticidad no sólo se debe que contar con la factura original de Ford Motor Company, sino que también debe de existir un documento que avale que fue modificado en los talleres de Eduardo Velázquez.
Como verás, al igual que los seres legendarios primeramente mencionados, el Maverick Shelby es considerado como un vehículo mitológico, ya que pese a la presencia de un par de fotos que hablan de que al menos una unidad fue construida para su exhibición, su mera existencia sigue en tela de juicio, por lo que el hallazgo de un ejemplar sería equivalente a comprobar que el Tigre de Tasmania en realidad nunca se extinguió y sigue recorriendo los parajes de Australia y Nueva Guinea. Al final, la esperanza es lo último que se pierde.